sábado, 7 de agosto de 2010

La poeta que solo deseaba ser querida

“Dediqué mi vida a la poesía y ahora descubro que la poesía no le importa a nadie”. Así clara, directa, desafiante pero también indecisa era Alejandra Pizarnik. Ni si quiera ese era su verdaderos nombre porque sus padres, dos inmigrantes de origen ruso, le habían puesto Flora y su apellido era Pozharnik que fue alterado por un error de registro, cosa común entre los funcionarios de migración de nuestros país. No tuvo una agradable infancia porque tenía diversos problemas como la tartamudez, su fuerte depresión por la que fue contiuamente tratada, problemas de acné y sobrepeso. La poesía era para ella un canal de reflexión, de sinceridad, de expresas por un canal distinto esos sentimientos que a veces no se animaba a decir con su voz. Su primer libro de poemas será financiado por su padre quien además paga las clases de pintura. No lo veía sólo como un pasatiempo y fue por su título en Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires y lo consiguió sin problemas. (1954) .Ya con el título bajo el brazo, en 1960 viajó a París y fue allí donde ganó dos grandes amigos: Julio Cortazar y Octavio Paz. Cortazar que la llamaba cariñosamente Bicho fue para ella como un angel protector en su labor poetica pero los unia, además de la escritura, la pasión por Rimbaud y Janis Joplin. Sí, así como lo ven el hombre rudo, alto y serio que pasó su infancia en Banfield también era a fin al estilo personal y distinto de Janis. La cantante estadounidense fallece de sobredosis el 4 de octubre de 1970 y eso toca profundamente el corazón solitario y dolido de Alejandra. Toma lápiz y papel y le dedica unos versos.



A cantar dulce y a morirse luego
no:
a ladrar.
Así como duerme la gitana de Rousseau
así cantás, más las lecciones de terror.
Hay que llorar hasta romperse
para crear o decir una pequeña canción,
gritar tanto para cubrir los agujeros de la ausencia
eso hiciste vos, eso yo.
Me pregunto si eso no aumentó el error.
Hiciste bien en morir.
Por eso te hablo,
por eso me confío a una niña monstruo

Ya en Buenos Aires continuó sacando libros, pero sabía que en realidad ella no estaba bien, no disfrutaba como quería. A mediados de 1972 estuvo internada cinco meses en el Hospital Siquiátrico Pirovano de Buenos Aires y en un permiso para pasar el fin de semana en su casa, toma las 50 pastillas de Seconal que la aleja ya de este mundo. Con sólo 36 años se iba pero dejaba toda una excelente obra literaria, muchos diarios íntimos, algunos recuperados otros quemados por su familia. No pudo controlar su genialidad, no pudo llegar a compatrir toda su verdad. “Abandono de todo plan literario… Las palabras son más terribles de lo que me sospechaba. Mi necesidad de ternura es una larga caravana… sé que escribo bien y esto es todo. Pero no me sirve para que me quieran”. Eso se leía en un diario personal que había sido escrito casi un año antes de su muerte. Sólo queda disfrutar de lo que hizo y sufrir con ella, entenderla, comprenderla y quererla aunque ahora ya eso no sirva de nada.Lee algunos de sus poemas aquí

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